Ah, lo escucho todos los años. Es uno de los cantos cuasi religiosos de mis amigos heteros. "¿Para qué hacen toda esta alharaca del Orgullo Gay?", "yo soy hetero y no ando declarando ningún orgullo por ahí", "¿no te da verguenza ver toda esa depravación en las calles?", "eso de las marchas me parece una tontería". Y un infinito etcétera. Hasta me da ternura escucharlo. Tiene un encanto folklórico que acompaña la atmósfera del Mes del Orgullo (para que quede asentado: es el mes de junio).
Por un lado, entiendo perfectamente de dónde vienen las inquietudes que muchos de mis amigos plantean. Ninguno de ellos es realmente homofóbico o intolerante (después de todo, son mis amigos), pero muchas de las conclusiones a las que llegan son típicas de un observador externo al movimiento y que desconoce su historia. Ciertamente, tanto desde adentro como desde afuera, las manifestaciones públicas del orgullo gay contienen una dosis concentrada de cringe que es necesario admitir: exhibicionismo gratuito, ideologías nefastas y consignas políticas erigidas como si tuviesen algo que ver con la sexualidad humana. También aparecen frecuentemente marchando (con pretensiones de protagonismo) algunos movimientos políticos deplorables infiltrados sin necesidad (por dar dos ejemplos concretos: los que reivindican al Che Guevara, el famoso carnicero que amaba matar homosexuales; y los que reivindican a Juan Domingo Perón, el milico pedófilo que sostenía que la homosexualidad era una enfermedad propia de la burguesía).
A pesar de ello, considero esencial utilizar mi pequeña plataforma para asesorar a mis amigos sobre el origen y significado de esta fecha en particular. Y, ya que estamos, relatarles una pequeña historia que va a responder ésas y muchas más preguntas. Es mi pequeño granito de arena para contribuir a la educación general sobre uno de los temas más polarizadores de los últimos tiempos.
Una era de tumultos
Como tantas otras historias relacionadas con la libertad, ésta empieza en los Estados Unidos de América. Corrían tiempos de cambio, en el año 1969. Sucedía lo que tiende a ocurrir en toda sociedad capitalista: el mercado ya estaba respondiendo a las demandas de la gente, a pesar del autoritarismo rancio de los gobiernos y burócratas estatales. Muchos pequeños emprendedores, en una ciudad tan cosmopolita y burbujeante como Nueva York, habían inaugurado espacios de reuniones para gays y lesbianas que deseaban vivir su sexualidad sin esconderse. Funcionaban a veces como boliches, otras como restaurantes, pero la mayoría de ellos eran simples bares.
Uno de ellos era el Stonewall Inn en el barrio Greenwich Village de Manhattan (sobre Christopher Street). El clima cultural y social de la época no era particularmente propicio para dichos encuentros. De hecho, muchos de estos establecimientos eran controlados o financiados por la mafia, ya que ningún ciudadano de bien que se identificara como tal estaba dispuesto a invertir en ellos para ahorrarse la reprobación social. Sucede que durante las décadas de 1950 y 1960, el sistema legal estadounidense se inclinaba decididamente en contra de la comunidad gay: la homosexualidad era considerada una felonía e incurrir en ella conllevaba una larga pena de prisión intercambiable por un período de trabajo forzado. Con el emergente movimiento contracultural de los años sesenta, los bares gays prosperaron en las grandes ciudades, particularmente Chicago y Nueva York. Y por esto mismo, políticos anti-gay (incluidos unos cuantos alcaldes) hicieron carne propia la misión de desaparecer todo sitio donde se congregara la comunidad homosexual con el fin de "limpiar la imagen" de la ciudad.
Redadas, arrestos, clausuras y confiscaciones se convirtieron en una experiencia cotidiana para los dueños de estos locales. Y como ocurre siempre que el Estado se cree árbitro de la vida personal de los ciudadanos, el impulso de control rápidamente se transformó en fuerza bruta. Muchos de los arrestos fueron de carácter violento y les permitían a los agentes manchar la reputación y el futuro laboral de toda víctima frente a una sociedad que consideraba a la homosexualidad como algo repugnante. Alcanzaba con declarar públicamente que fulano era homosexual para convertirlo para siempre en un paria de la sociedad.
El método que empleaban era el siguiente: dos policías mujeres y dos polícias hombres ingresaban a un bar haciéndose pasar por parejas gays y hacían una inspección visual del lugar. Luego le daban una señal al Escuadrón de Moral Pública (que generalmente esperaba afuera) utilizando el teléfono público del bar. El escuadrón entonces entraba por la fuerza y comenzaba la redada. Es el mismo método que utilizaron aquella fatídica noche del 28 de junio de 1969.
La redada fallida
Aquel sábado 28, cuando la policía empezó a hacer detenciones, obraron como estaban acostumbrados: pararon a los individuos con la cara contra una pared y revisaron sus documentos muy cuidadosamente. Si el sexo de la persona no combinaba con su vestimenta, la llevaban al baño para verificar su sexo y, de no coincidir, era trasladada inmediatamente al móvil policial para ser arrestada. También se secuestraron 19 botellas de alcohol. Las redadas en bares gays tendían a ser altamente cooperativas: el miedo a quedar expuestos en la prensa al día siguiente era palpable y servía como amenaza para controlar a la gente que no quería ver su futuro arruinado para siempre. Esa noche, muchas lesbianas fueron objeto de manoseo indebido por parte de los oficiales que se aprovecharon de la indefensión de sus víctimas. Ante las primeras muestras de resistencia, los policías respondieron con empujones y patadas con el fin de llevar a los revoltosos a los patrulleros. Pidieron coches de refuerzo, pues entendieron que deberían trasladar más gente de lo planeado.
Sin embargo, algo estaba sucediendo en las puertas del Stonewall Inn. Cerca de 100 o 150 transeúntes, no todos simpatizantes de la comunidad gay (muchos eran vecinos del lugar) se había reunido en la calle a mirar lo que estaba pasando. Algunos aplaudían y vitoreaban a los policías, lo que aumentaba el espíritu violento de muchos oficiales. El objetivo primordial era la clausura. Primero sacaron esposados a los dueños del bar, luego a los empleados y finalmente escoltaron a varios de los clientes. En medio del tumulto, alguien gritó la frase "Gay Power!" y otros empezaron a cantar. Buena parte de la multitud respondió con humor. Un clima de hostilidad hacia los oficiales empezó a crecer lentamente. Una mujer trans que estaba siendo arrestada respondió golpeando la cabeza de un policía con su bolso. Algunos transeúntes arrojaron piedras, botellas y monedas hacia los agentes. Los policías respondieron esposando a los más inquietos de la multitud, muchos de los cuales ni siquiera habían estado dentro del bar, y fue entonces cuando se desató la violencia.
A medida que las protestas (cuyo tamaño iba creciendo rápidamente) sobrepasaba a los policías, éstos hicieron barricada en la puerta del establecimiento. La gente empezó a romper vidrios y a pinchar las cubiertas de los patrulleros a medida que rodeaban a los oficiales. Ante aquella hecatombe, tuvieron que acudir a la Fuerza Táctica del Departamento de Policía de Nueva York que llegó para liberar a los agentes que habían quedado atrapados en el Stonewall Inn. Los jóvenes se resisteron a los nuevos policías arrojando cascotes, objetos diversos y repartiendo puñetazos y patadas. Todos los elementos adentro del bar (teléfonos, inodoros, espejos, ventanas, etc) quedaron completamente destruidos. Cerca de las 04:00 am, las calles fueron finalmente liberadas con un saldo negativo: trece arrestos, múltiples hospitalizaciones y cuatro policías heridos. Pero la cuestión estaba lejos de terminar.
Segunda noche de protestas y organización colectiva
Los periódicos se habían enterado de madrugada de lo ocurrido. Editoriales sobre la redada fallida aparecieron en el New York Times, el New York Post y el Daily News. La noche siguiente, nuevas protestas se desataron en Christopher Street. Esta vez, mucho más numerosas y otra vez de carácter violento. Nueve precintos policiales se desplegaron para detener la manifestación pero, al no poder contenerla, volvieron a acudir al escuadrón de la Fuerza Táctica. Los oficiales fueron recibidos nuevamente con piedrazos, golpes y numerosos incendios. La cantidad de arrestos de la segunda noche fue mayor pero, para ese entonces, todo el país sabía de los motines de Stonewall.
Quienes participaron de las protestas empezaron a congregarse en los días subsecuentes. Discutieron la necesidad de organizarse formalmente para luchar contra la opresión policial y los insultos que la prensa crítica había escrito contra ellos (en prácticamente todas las editoriales). Conformaron el Frente de Liberación Gay (primer impulso de utilizar concientemente el término "Gay") con un flyer que indicaba "¿Creés que los homosexuales se están rebelando? ¡Podés apostar tu trasero a que lo estamos haciendo!". Seis meses después de las protestas de Stonewall, lanzaron un periódico titulado "Gay" con el fin de encontrar miembros y voluntarios. La publicación llegó a tener 25.000 lectores y sirvió para organizar encuentros, fiestas y activismo para contrarrestar la mala prensa en los medios tradicionales. Gracias al ruido generado con su accionar, se calmó la persecusión de las fuerzas policiales. Hacia fin de año, las redadas a los bares gays habían cesado por completo.
Al cumplirse el aniversario de los disturbios de Stonewall, el 28 de Junio de 1970, la comunidad homosexual organizó el primer Desfile del Orgullo Gay en Christopher Street (iniciando en la puerta del Stonewall Inn). Si bien la marcha fue convocada por vías clandestinas, la asistencia y el apoyo del resto de la sociedad (muchos demostraron simpatía con la causa gay) fue palpable. El New York Times reportó en la primera página que el desfile se extendía por 15 cuadras. Miles de jóvenes marcharon, sirviendo de inspiración para decenas de organizaciones de gays y lesbianas que se esparcirían como llamarada por todo el país. Para 1972, los desfiles por el Orgullo Gay se replicarían en ciudades como Atlanta, Buffalo, Detroit, Washington DC, Miami, Minneapolis, Filadelfia, etc. El año siguiente aparecieron en Canadá, Australia y buena parte de Europa Occidental.
El fenómeno crecía de manera descomunal, a medida que crecía la necesidad de libertad. La ola del cambio que se fortalecía en las sociedades occidentales se volvió imparable. Los países estaban maduros para la aceptación de la comunidad gay y, en el transcurso de una década, las naciones más importantes del mundo derogaron las leyes que criminalizaban la homosexualidad. En el mismo período, las asociaciones médicas y psicológicas eliminaron a la homosexualidad como patología y numerosos programas de entretenimiento empezaban a incluirlos en su programación habitual. La era de los closets y la clandestinidad lentamente estaba desapareciendo, todo gracias a un grupito de personas que se animó a resistir la persecución, aquel sábado a la noche en el barcito de Stonewall Inn de los Estados Unidos de América.
Significado
Los disturbios de Stonewall y las marchas del orgullo sirvieron para marcar un antes y un después en la cultura gay. Durante décadas, los gays y lesbianas habían vivido a escondidas, ocultándose de los prejuicios de la sociedad y sintiendo vergüenza por su propia condición. La ambivalencia, el odio propio y las conductas autodestructivas (empezando por el alcoholismo) llegaron a representar una época de oscurantismo que era necesario dejar atrás. La adopción de la palabra "gay" ("alegre") para referirse a la homosexualidad contaba con un simbolismo muy particular: implicaba una celebración de la vida, una afirmación en la búsqueda de la felicidad y una negativa contundente a aceptar el odio y rechazo que una sociedad hostil imponía desde todos los frentes hacia quienes habían cometido el único pecado de ser diferentes. Ese espíritu de celebración, esa muestra de fortaleza incorruptible, continúa acompañando al movimiento en la actualidad.
Cuando hoy marchamos por las calles, desde cada rincón del planeta, marchamos por nuestro "Nunca Más" frente a ese pasado reciente y por la necesidad de dignidad, igualdad, aceptación y visibilidad. No se trata ya de una protesta ni de un reclamo específico (ya que éste puede cambiar a medida que la historia cambia), sino que es un evento de conmemoración, donde homenajeamos el punto de inflexión preciso en la historia LGBT que marcó una diferencia en nuestras vidas, que cambió la dirección de las sociedades y logró que ellas empezaran a reconocer nuestro derecho humano a existir libres de estigmas y amenazas. El "orgullo" puede tomarse de manera literal, pero es fundamentalmente simbólico: es una manera de afirmar identidad, construir comunidad y oponerse a la vergüenza, los estigmas y los tabúes. No salimos a las calles para refregar nuestra sexualidad en la cara de nadie, salimos a las calles para recordarles a todos que hubo una época en que nuestra existencia era consideada criminal y que jamás estaremos dispuestos a volver atrás.
El bar Stonewall Inn continúa existiendo. En el 51-53 de Christopher Street, en el barrio de Greenwich Village de Nueva York, está abierto para todo aquel que desee visitar uno de los sitios donde se construyó la Historia. Y si miran cuidadosamente, van a encontrar enmarcado en una de sus paredes el viejo y gastado cartel que colocó el Departamento de Policía de Nueva York aquel 28 de Junio de 1969. Sirve como ícono y recordatorio de aquello que nunca más debe repetirse en una sociedad civilizada.
Fuentes: Wikipedia, Pink News UK, "Stonewall" de David Carter y The Atlantic
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